La rebelión del Departamento de Guayaquil


Autor: José Antonio Gómez Iturralde
Tomado de Diario Expreso
Tanto el departamento de Guayaquil, como todo el territorio de la antigua Audiencia, estaban subordinados a lo que disponía un decreto legislativo, promulgado el 9 de julio de 1821, mediante el cual se había otorgado a Bolívar facultades extraordinarias para con la fuerza militar, establecer el control y gobierno de las provincias liberadas. Este decreto continuó en vigencia por muchos años, y consecuentemente, las garantías constitucionales colombianas solo eran letra muerta. Esta libre disposición sobre vidas y haciendas, que les había permitido esquilmar y atropellar los derechos de las gentes en todo el país hoy ecuatoriano, estimuló un profundo odio, que los habitantes del Litoral, en particular los de Guayaquil, conservaban profundamente arraigado hacia el militarismo extranjero, especialmente contra el colombiano.


Hasta el año de 1828 se vivía en el sur bajo el régimen de terror. Salom en Pasto y después su teniente el coronel Flores, en Quito el coronel Morales y en Guayaquil el general Juan Paz del Castillo comprimían no solo los movimientos revolucionarios como en Pasto, sino que castigaban de muerte por las más ligeras sospechas. Estas escenas de sangre servían en Guayaquil para avivar la odiosidad a los colombianos, y en las demás provincias para hacerles arrepentir del entusiasmo con que habían recibido a sus Libertadores haciendo por ellos los más nobles sacrificios. (...) la Constitución de Colombia no existía sino en el nombre, en los Departamentos del Sur, gobernados arbitrariamente por un jefe superior, empleo inconstitucional que dependía del Libertador, de quien recibía órdenes en todo lo relativo a la guerra, y aun a otras ramas de la administración, por poco que tuvieran relación con ellas (Aguirre Abad, Bosquejo Histórico de la República del Ecuador, 1995).

Por estos antecedentes de sujeción ominosa, y centralismo excluyente, es que, tan pronto se produce en Lima la insurrección de las fuerzas especiales que prestaban servicios en ese país, los guayaquileños, con la revolución del 16 de abril de 1827, se proponen exigir a Bolívar el establecimiento de un gobierno federal para organizar de mejor manera la administración de Colombia, que ya traslucía situaciones críticas.

Con el fin de trasladarse al Distrito del Sur de Colombia, su tierra natal, en abierta rebelión contra el gobierno centralista, tropas y oficiales se movilizaron, unos hacia el Azuay y otros, por mar, a Guayaquil. El teniente coronel José Bustamante tomó el mando del Rifles, Araure y del regimiento de húsares. Penetró por la vía de Macará, y entregó el mando al coronel Juan Bautista (¿Francisco?) Elizalde de los batallones Caracas y Vencedores, con los cuales, a principios de abril, desembarcó en algunos puntos de las playas manabitas. Se debe reparar hacia dónde se movilizaron estas tropas. Y se encontrará, que en la lucha contra el centralismo colombiano, Azuay y Guayaquil, siempre coincidieron. "Si en lugar de dividir sus fuerzas hubiera Bustamante atacado y tomado a Guayaquil con todas sus tropas, y seguido su marcha hasta Pasto a dar la mano al Gobierno constitucional, la dictadura de Bolívar habría acabado desde entonces (Aguirre Abad).

Una vez reunidas las tropas y formadas en compañías penetraron al territorio de Guayaquil hasta llegar a las goteras de la ciudad. El coronel Elizalde, al mando de 400 hombres, se acantonó en las inmediaciones de la ciudad. Ante la presencia de tal contingente armado, el coronel Vicente González, hombre profundamente nefasto y de mala recordación para los guayaquileños, fue enviado a reclamar a Elizalde la sumisión a las autoridades del departamento. Pero su respuesta tajante fue la de exigir la inmediata desocupación del territorio por parte de las autoridades departamentales, las cuales, ante esta intención (hay documentos que lo aseguran), se pusieron en fuga.

La influencia del pensamiento de Olmedo y Rocafuerte, respecto a la necesidad de que Guayaquil se constituyera en espacio autónomo o federal, desde los años previos y posteriores a la revolución de Octubre, caló hondo en el espíritu abierto, buscador y rebelde de los guayaquileños. Germinó, sin ninguna dificultad, en el campo abonado por el sentimiento autonomista mayoritario, que primó en nuestra ciudad desde la época colonial. La fuerza del pensamiento de estos grandes hombres, orgullo de Guayaquil, emana del republicanismo ilustrado de Olmedo y de Rocafuerte, expresado, por este último, en su defensa del sistema federal establecido en México, Ventajas del Sistema Republicano, Representativo, Popular Federal, publicado en aquel año por los Talleres Nacionales del gobierno de ese país.

En esta obra, Rocafuerte, influenciado por la experiencia del Gobierno representativo practicado en las Cortes españolas, proclama al sistema republicano y constitucional de gobierno, como el camino para alcanzar el éxito administrativo de los países poscoloniales, y recomienda la adopción y perfeccionamiento de las instituciones liberales, como indispensables para alcanzar el desarrollo y la prosperidad. Forma de pensar que fue determinante para la aspiración federalista que tomó cuerpo en Guayaquil a partir de 1826. Desgraciadamente, las tendencias ideológicas y el propio Rocafuerte, en su momento, recurrieron a la fuerza como medio de resolver los conflictos sociales, económicos, políticos y religiosos que dividieron al país.

La presencia de Elizalde fue recibida por los independentistas o federalistas de toda la provincia, como una oportunidad, imposible de desperdiciar. Con el respaldo de aquella fuerza, en la mañana del 16 de abril, el pueblo exacerbado desconoció la autoridad del jefe superior del Sur, coronel José Gabriel Pérez, pero se ratificó en la obediencia a la Constitución y leyes de la República. Las tropas que guarnecían la ciudad, al mando del coronel Antonio Elizalde (hermano del anterior) y del segundo comandante del batallón Guayas, teniente coronel Rafael Merino, se amotinaron, y sometieron al cuartel de artillería, situado al norte de la ciudad.

Por otra parte, el general Barreto se apoderó de la mayor parte del escuadrón de Húsares, con los cuales sometió la guarnición y puso en fuga a las autoridades que regían el departamento. Entre ellos, los generales Valdés, y Tomás Cipriano Mosquera, el coronel Rafael Urdaneta, y los comandantes Campos y Lecumberry, además, de 14 oficiales de diferentes graduaciones. Con el apoyo del capitán del puerto, Manuel A. Luzarraga, buscaron refugio en los bergantines de guerra "Colombia" y "Congreso", y los buques "San Vicente" y "Olmedo", fondeados en el río Guayas. "Guayaquil se presenta en el día bajo una administración, regida por las leyes de la República de Colombia, y unido a la nación; sin embargo de hallarse disueltos los vínculos constitucionales" (El Patriota, 16/04/1827).

La Corporación Municipal, reunida en asamblea, se pronunció por la protesta revolucionaria de la Tercera División Auxiliar al Perú, y en vista que las autoridades nombradas por el ejecutivo de Colombia, habían abandonado sus cargos, resolvió designar al mariscal La Mar para dirigir la administración departamental civil y militar. La ciudadanía en su permanente búsqueda por los cambios políticos y administrativos nacionales profundos, que habían sido puestos en el tapete, pero que no se los había discutido ni resuelto, y previendo acciones armadas no escatimó sacrificios personales ni económicos, por lo cual, el Cabildo estableció "las cantidades recibidas últimamente del vecindario en calidad de préstamo" ( Acta del Cabildo del 17/04). Al día siguiente, Mosquera envió una carta al mariscal La Mar, en la que pide explicaciones e información sobre los motivos que tuvo la ciudadanía para destituirlo de su cargo constitucional, y le asegura que se encuentra tranquilo, al saber que gracias a él (La Mar), reina el orden en la ciudadanía (O'Leary, carta del 17/04).

Apenas producidos los acontecimientos, los guayaquileños, pese a estar en estado de rebelión, se manifestaron unánimemente por afirmar la sujeción a la República. Por conducto del ministro de Estado del Interior, procedieron a informar al Ejecutivo de todo lo ocurrido el día 16, y de las intenciones que estos hechos tenían. Pues se consideraba de absoluta necesidad que el Gobierno estuviese al tanto de lo sucedido. Simultáneamente se puso al corriente a la "Honorable Cámara del Senado de la República, por conducto de los señores Doctores Francisco Marcos y Pablo Merino, nombrados por este Departamento" Acta del Cabildo, 12/05/1827).

El general Antonio Obando vino a Guayaquil para hacerse cargo de las tropas, pero la oficialidad de menor graduación, que eran los verdaderos comandantes y la ciudadanía, estaban de acuerdo con la implantación del federalismo como forma de gobierno. Estos oficiales que comandaban la fuerza con que los guayaquileños contaban para impedir la toma de la ciudad, no se sometieron (cortésmente) a su autoridad militar. Ello hizo, que al poco tiempo este oficial pidiese su retiro del conflicto.

La ciudad y sus autoridades tenían a Obando como su testigo del cumplimiento de la Constitución y las leyes colombianas, de la situación política y del ánimo colectivo, que no era otro que el de esperar la respuesta del Gobierno, referente a sus aspiraciones de constituir un estado federal. Confiaban en su palabra y honor, de la real situación político-administrativa entre Guayaquil y Colombia. Sin embargo, las cosas no ocurrieron de la forma esperada.


José Antonio Gómez Iturralde
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